La función logística es, en el mundo económico globalizado en que vivimos, un aspecto clave en la gestión
empresarial. De eso, no hay duda. Pero también lo es, si ponemos una visión más amplia, para la sociedad en
su conjunto.
Las empresas llevan mucho tiempo sabiendo lo importante que es la gestión de su proceso logístico y han
puesto foco durante años en los puntos clave de ese proceso: entregas rápidas, entregas a tiempo, optimizado
la inversión en circulante y los costes del proceso. Es una óptica muy de excelencia operativa en la que
muchos de los conceptos y enfoques Lean y similares, han ayudado infinitamente en la mejora de esos puntos
clave.
Ahora, la logística en las empresas, y todos como sociedad en su conjunto, estamos inmersos en un reto más
amplio: el reto de la SOSTENIBILIDAD con mayúsculas.
Y no sólo en la más conocida de las dimensiones del concepto sostenibilidad (la medioambiental-ecológica),
sino en todas las dimensiones que se manejan a nivel institucional (ONU con sus ODS) o normativo (con los
referenciales de todo tipo como las conocidas ISO) y que incluyen, tal y como se define en las normas
internacionales, ocho campos de acción: gobernanza, derechos humanos, sociedad, medio ambiente, prácticas
leales, relaciones con los clientes/consumidores, implicación en los territorios y tecnología e innovación.
El concepto de sostenibilidad está estrechamente vinculado con las nociones de “partes interesadas” y de
“rendimiento”: una empresa es sostenible si, en su marco de análisis del rendimiento de sus actividades,
considera al conjunto de las partes interesadas afectadas por estas últimas.
Una parte interesada es una persona, grupo u organización:
La evaluación del rendimiento de una empresa puede: